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Por: Nadia Polanco
njpolancoe@gmail.com

Mi vida de corredora ha estado íntimamente ligada a lecturas sobre correr y especialmente a frases motivacionales. Una de las primeras frases que empecé a usar para motivarme es una atribuida a Lance Armstrong «El dolor es temporal la victoria para siempre».  Era una frase que con orgullo ondeaba cual bandera que declaraba mi independencia de toda atadura, que con señales casi audibles me daba el cuerpo.  Me cansaba y le respondía duro y fuerte al cansancio «EL DOLOR ES TEMPORAL!». 

Era esa proclama que con orgullo llevaba como corredora para llevarme siempre un poco más allá.  Sin embargo, llegó el temible día en que mi cuerpo me decía con dolor que tenía que detenerme, que mis músculos no estaban tan sólo cansados, que estaba lesionada. No lo escuché y recurrí a ese mantra que me había hecho cruzar esas barreras de cansancio percibidas como dolor, seguí corriendo mientras mi cuerpo me suplicaba que me detuviese.

Al principio,  salía a correr, y sólo por algunos kilómetros tenía que soportar la incomodidad, la agudez del dolor que me indicaba que yo no estaba bien.  Cada día que seguí corriendo el dolor iniciaba antes, mi forma de correr había cambiado, la sonrisa dio paso a una expresión de dolor,  las pisadas que hacían una danza con mi respiración se convirtieron en un cojeo arrítmico, y el salir a disfrutar mis corridas mutó a soportar la incomodidad.

Ya no se trataba de querer salir a correr, de los sonidos de mis pisadas y de mi respiración, el dolor no se transformaba en fortaleza, al contrario,  cada día yo era más débil. Llegó un momento que esa frase ni mi cuerpo me permitían seguir, el dolor era tan agudo que ya afectaba mi vida diaria, definitivamente ya tenía que dejar de correr,  no podía disfrutar ese momento tan mío que me daba libertad, que me había enseñado que podía llegar más allá de lo que hasta antes de correr imaginaba. 

La verdad es que como corredores sabemos que cuando se trata de cansancio, el cuerpo siempre preferirá quedarse durmiendo o sentado en la comodidad de un sofá y que muchas veces tendremos que tomar la decisión de no escuchar, pero cuando se trata de dolor, siempre tenemos que escucharlo. 

Las lesiones mías y de otros han sido esa maestra del colegio que todos odiábamos, pero que cuando crecimos entendimos que fue la que más nos enseñó. Sí,  he aprendido a que si me duele tengo que detenerme, que si insisto no pasará y que por el contrario me apartará por más tiempo de los kilómetros, he aprendido que el dolor sí puede ser para siempre si no corrijo la causa,  he aprendido a asumir mis dolores. He aprendido a respetar el proceso, y a aceptar volver al inicio y abrazar ese recomienzo, he aprendido a disfrutar el camino, no importa donde esté, he aprendido a agradecer cada pisada y aprendí a no quejarme porque  cuando alguien está lesionado tiene que detenerse por un tiempo o incluso indefinidamente, porque al final de cuentas poder salir a correr cada día es un privilegio que agradezco aunque eso implique volver al inicio del camino.

Foto: Bob López

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