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Por Nadia Polanco
njpolancoe@gmail.com

Ella corre sola, ama la energía que encuentra en el silencio de sus pensamientos. 

Ella corre sola, porque sus kilómetros son de ella, es el momento en que se ocupa solamente de ella, donde es amable con ella, donde se cuida, donde se aprecia, es el momento del día donde ella escucha sus propias historias, que sin estar perdida es donde se encuentra.

Ella corre sola, abre sus alas y emprende su vuelo.  Descubre la fuerza que desconocía poseía y borra de su vida los imposibles.

Ella corre sola, puede hacerlo al paso que decida, y llegar hasta donde sus sueños elijan. Pero corre sola buscando la excelencia cada día, basada en las necesidades de su vida.

Ella corre sola, puede interrumpir su diálogo interno, puede decidir donde van sus pasos, enfocada en las soluciones y no en problemas, en sus deseos y no en los impedimentos. Y la música de sus pasos y su respirar no interrumpen la claridad de su conversación interna.

Ella corre sola, es la cita diaria con la persona que decidirá su día, esa que la mira sincera en el espejo y la única con el poder de hacerla llegar más lejos.

Ella corre sola porque ama correr, y sólo necesita ese tiempo de meditación para disfrutar, no necesita nada, correr en sí lo hace valioso.

Ella corre sola, su cuerpo y su alma se conectan. Cada pisada es una alabanza a Su creador, cada respiración un agradecimiento por su existencia y cada brazada el reconocimiento de querer luchar.

Ella corre sola, observa el mundo, disfruta la naturaleza, encuentra paz en la creación, mira las estrellas, ve salir el sol y en cada mirada a su Salvador.

Ella corre sola, encuentra libertad no porque sea esclava o esté encerrada, sino porque correr es el recordatorio diario de la vida,  de no renunciar a ese sentimiento y de nunca rendirse.

Ella corre sola, y aunque esté acompañada, sólo ella sabe la historia que escribe y el destino que elige.  

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